03/01/2018: Montaña Rusa

Estos primeros días del año me han parecido particularmente raros. Bueno ni tanto. Es solo que me ha inundado este sentimiento de cansancio ante mi situación. Me harté simplemente de mi depresión y ansiedad. Y creo que hasta cierto punto ha sido un factor positivo, ya que me ha dotado de algunas herramientas para luchar contra los picos bajos que me achacan con frecuencia. Desearía eso sí, que esos momentos de lucha fueran más fuertes y extensos; nadie dijo que el remedio sería fácil.

El primero de enero volví a mi apartamento, luego de pasar el fin de semana con Damián, tal y como les comenté. Y por supuesto, estos días de ‘soledad’ han dejado muchos espacios para mis ataques de ansiedad y depresión. He estado incluso guiándome hacia la conclusión de que probablemente he desarrollado cierta co-dependencia afectiva hacia él y pues… eso no me gusta nada.

Yo siempre me jacté de ser alguien independiente y que no necesitaba de nadie, mucho menos de una relación de pareja para poder ser feliz. Como dicen, por la boca muere el pez. Me asusta mucho que mi condición actual vaya a aniquilar la relación que Damián y yo hemos construido y pues sí, mi ansiedad generalizada provoca miedos, inseguridades y preocupaciones en múltiples lugares, volviéndome un control freak o un nervioso depresivo empedernido. Espero no ofender a otras personas que padezca de lo mismo cuando me llamo con esos adjetivos un tanto satíricos. Es el enojo que siento por padecerlos lo que me hace de cierta manera, burlarme de mí mismo.

Pero bueno, en los ratos en que la montaña rusa me sostiene en picos altos y por ende hace que me sienta mejor, he logrado reflexionar y valorar realmente el espacio a solas que cada uno tenga; he aprovechado para leer, tomar café con un par de amistades, limpiar el departamento, entre otras actividades distractoras. El ejercicio ha sido un factor sumamente importante pues si me calma enormemente las crisis. No son remedios de lapsos largos. Al contrario, duran poco, pero al menos los encuentro, cosa que antes no sucedía. Con esto solo anuncio a quien quiera seguir estos pasos, es que no es una solución absoluta creo yo. Pero creo que con el tiempo y la práctica nos permitirá estar más en los picos altos de la montaña rusa y no tanto en los bajos.

Mañana tengo cita muy temprano con mi psicóloga. Creo que dedicaré la sesión a plantearle mis análisis y conclusiones con respecto a mi relación de pareja. Realmente quiero ser un compañero funcional y creo que ahorita no lo estoy logrando. Mucho tiene que ver con el amor propio que se tenga. Pero puta, como cuesta quererse a uno mismo. Pero bueno, este es un tema del que ahondaré en otro post porque tiene toda una raíz que explorar para poder comprenderlo.

Hoy tengo la necesidad de escribir, pero no hay muchas palabras que salgan de mí sobre lo que siento en este momento. Estoy ansioso y deprimido nada más. Con unas gotas de coraje adicional que me hacen sentirme más testarudo contra ellos ahorita. Creo que eso es bueno. Pero entonces, como tengo ganas de contarles cosas, creo que lanzaré un plato fuerte y les contaré un poco la raíz de mi ansiedad, la cual está muy ligada a mi momento de salirme del closet.

01/01/2018: ¿Año nuevo?

Hay muchos mitos sobre todo lo que representa una vuelta entera de la Tierra al Sol. Ciclos que cierran y otros que inician. En mi caso, siempre representó el momento perfecto de pedir deseos. Afianzar mis esperanzas en que el año venidero trajera consigo los anhelos de mi interior. Y en muchas ocasiones fue así. Sucedía. Pero vaya si se tiene que tener cuidado con las cosas que se desean, porque muchas de ellas… se pueden cumplir.

Anoche pasé con Damián. Nos fuimos a cenar a unas viejas fiestas de pueblo en la capital, donde hay comidas callejeras y juegos mecánicos. Estuvo tranquilo, pues habían muy pocas personas. A lo que percibí, pero no me atreví a preguntar, a Damián parecía causarle también cierta nostalgia el año nuevo. Por lo tanto, aquel lugar parecía un receso apropiado para nuestro agobie decembrino. Caminamos un rato, comimos algo de aquí y algo de allá. Tipo diez, regresamos a su casa y nos tiramos en la cama a ver la t.v. A las doce, comenzaron los fuegos artificiales a hacer de las suyas. Pusimos en pausa nuestro programa y nos besamos. Un par de besos inocentes que no fueron acompañados de clásicas palabras como ‘feliz año‘. Simplemente nos miramos como agradeciendo el estar allí.

Nosotros comenzamos a salir en febrero del ahora año pasado. Los primeros meses, como suele ser en toda relación al parecer, fueron bastante amenos. Mágicos si quiero decirlo de manera romántica. La química entre nosotros fue casi inmediata y a pesar de nuestras notorias diferencias, creímos darnos cuenta en muy poco tiempo, que podríamos ser una muy buena compañía de vida el uno para el otro. Pero bueno, como a todos también nos llegó la tribulación. Y eso nos quebró mucho de a poquitos. Complicaciones dignas de un libro de ficción, nos bombardearon. No sé muy bien en el caso de él, pero al menos yo, aún no me recupero de semejante balacera.

Decidimos seguir juntos y luchar como equipo. Él me buscó en mi apartamento semanas después de nuestra ruptura y me pidió entre lágrimas una segunda oportunidad. Yo lo amo. Como quizás no he amado a nadie jamás. Y por supuesto, no pude evitar más que lanzarme a sus brazos con en regocijado . Los fantasmas siguieron persiguiéndonos. Y pues sí, desde entonces nada ha sido fácil y la lucha por permanecer unidos ha sido bastante dura. Yo nada más me anclo a la idea de esa frase popular que dice ‘love wins‘.

Es por eso que hoy desperté con una sonrisa en mi rostro. Dormí tan bien a su lado, como lo aprendí a hacer desde que volvimos el compartir cama, una práctica habitual. Además, de que decidí seguir luchando con mi depresión e intentar vencerla con actitudes positivas. Él lo notó. Me preguntó que por qué estaba tan feliz. No tuve el valor de decirle, ¡porque lucho contra mi depresión! y sonar como el más perdedor de todos. Preferí indicarle solo una de las razones por las que sonreí esta mañana: despertar junto a él.

El día avanzó y pues yo debía volver a mi apartamento. Aunque al inicio éramos inseparables, ahora siento que él necesita respiros (de mí). Así que le doy su espacio para no cansarlo y porque sé que es sano para ambos. Lo que les conté en la entrada anterior, de que me uní a su equipo de Roller Derby, solo me duró dos días. Hoy conversando con él me comentó su temor de sentir que cedía su espacio de respiro y pues no tengo corazón para ensuciarle algo que lo hace tan feliz, por lo que renuncié a unirme al equipo.

Me despedí minutos después y regresé a casa. El fantasma de la depresión me acompañó en todo el viaje de regreso. Es tan cansado saberle allí. Pensé tanto que mi deseo de fin de año sería que por fin el 2018 fuera el año de mi muerte. Descansar por fin de todo lo que me agobia. Pero anoche, al marcar las doce, algo de mí se aferró a la vida. Y sí, una parte de mí quiere sobrevivir a esto. Tiene fe de que las cosas mejoraran. Pero física y emocionalmente me siento tan debilitado, que no sé si pueda seguir. Me entristece que Damián vea mi tristeza y forme parte de la felicidad que sé que tanto busca. No sé si me quedan fuerzas para seguir, ni corazón para dañarle con esto.

Ojalá alguien pudiera leer esto y dejar decir lo que piensa. En estos momentos, las voces amigas suelen ser de mucha utilidad.

30/12/2017: Todos tenemos un lado oscuro…

Me encantan los rompecabezas, los bloques de armar, los juegos de mesa en general. Cualquier entretenimiento de estrategia que fuera válido con un solo jugador, se convertía en mi pasión. De niño nunca sentí la gran necesidad de tener amigos. No miento si digo que algunas tardes de verano, no salía al patio de mi casa a desear tener allí uno o dos niños más con los cuales compartir aventuras. Habían días que viajaba a lugares inimaginables con mis personajes creados, pero otros, me sucumbía en la esquina de una ventana vieja donde contemplaba la calle y sus personas. Me desanimaba ser el único niño de aquel barrio y pues, el abatimiento de esa soledad a veces le ganaba a mis imaginativas ocurrencias.

El estar solo me creó muchos anticuerpos. Defensas que según yo, iban a protegerme de todo mal. Pero aquello no era más que una enajenación del mundo real, el cual evité por mucho tiempo incluyendo mi etapa adulta. Nunca me molestó estar solo, aún cuando por días anhelara una velada entre amigos. Había asumido y aceptado que ese sería mi destino y de forma bastante resignada, decidí ahogarme en la armadura que me generaba la no interacción.

Fuese por mi condición Asperger o por simplemente refugiarme en mí mismo, me convertí en un niño, un adolescente e incluso, un adulto joven ‘ejemplar‘ (por favor cuestiónense esta palabra siempre). Mis calificaciones siempre fueron destacables, mi comportamiento impecable, callado, sumiso. Para muchos era el hijo perfecto. Pero para que el balance cósmico existiese en ese individuo que era yo, todo aquello blanco y claro que la gente veía, debía estar en contrapeso con algo que no era tan visible. Muchos sentimientos negativos empezaron aflorar en aquel niño, aquel adolescente, aquel adulto. Y como nunca aprendió ni comprendió cómo utilizarlos, todo eso se convirtió en dinamita para sí mismo.

A mis 31 años he tenido la disposición de acabar con mi vida en siete ocasiones, con dos de ellas calificando como intento de suicidio. Sonará poco en tantos años, pero su distribución a lo largo de esa línea de tiempo ha hecho que la muerte propia sea una constante en mis pensamientos. Mi psicóloga actual me pregunta constantemente ‘¿con quién estás tan enojado?‘. Y ojalá yo tuviese la respuesta. Conozco de mi enojo propio y las ganas que ello provoca de hacerme daño. Me justifico siempre de porque no debo enojarme con terceros y asumo siempre la culpa de lo sucedido. Cada vez que esto sucede, me golpeo con mis propios puños, me lanzo contra la pared, o bien, una innovación de los últimos años, someto a mi cuerpo a sesiones sumamente intensas de ejercicio, que van desde crossfit hasta artes marciales mixtas (a veces por cuatro horas seguidas). Cualquier cosa que físicamente castigue mi cuerpo, logra calmar las voces de tormento que me señalan.

Contrariamente, ahora la soledad me enoja. Me enoja porque me reprocho que en todos mis años jamás me preocupé por afianzar relaciones interpersonales, crear un grupo de amigos consolidado, personas con las que compartir algo. Y lo peor es que no estoy tan solo. Tengo pareja. Su nombre es Damián. Me lleva ocho años en edad y pues hemos tenido una historia hermosamente trágica. Me enamoré de él en muy poco tiempo y tenemos casi un año de estar juntos. No ha sido una travesía fácil, pero agradezco mucho a la vida el haberle conocido. Él sabe cómo lidiar con personas como yo, pues es profesor de secundaria y muchos de sus chicos presentan condiciones psicosociales diferentes, a las cuales debe estar preparado para acompañarles en su proceso de aprendizaje. Eso creo le ha dado mucha paciencia para aguantarme todo este tiempo, sobre todo cuando la crisis de ansiedad y depresión me golpearon más fuerte hace tan solo un par de meses atrás.

Él tiene su grupo de amigos y además, un sinnúmero de herramientas sociales con las cuales enfrentarse al mundo. Por ende, cada vez que él se sumerge en el mundo real y afianza sus relaciones, yo me quedo solo. Vivimos separados y pues ahora mi departamento se ha convertido más en una cámara de torturas que en un refugio. Cuando me quedo a dormir a su casa me logro relajar. Cuando estoy solo en la mía no hay forma y la ansiedad ataca de múltiples formas. Ahorita mientras escribo esta entrada lo tengo a mi lado. Dormido y arrullado por el tecleo de mis manos. Mientras pienso todo eso y me pregunto qué tan bien le hace tenerme a su lado. La ansiedad ha estado presente en mí durante todo el día desde anoche. Y pues sí, lo que están pensando, nadie merece lidiar con eso.

Hoy, como parte de mi terapia de interacción grupal, Damián me invitó a formar parte de su equipo de Roller Derby, un deporte de contacto sobre ruedas (en patines), el cual disfruté mucho. La adrenalina de los golpes y el contacto físico evita que mi cerebro se carbonate y me ayuda a estabilizarme al menos por momentos. Sí, ya sé que no es lo más apropiado, pero son las herramientas con las que cuento por ahora y necesito su morfina para poder ser un humano funcional aunque sea por ratos. Dato curioso, el equipo se llama Dark Side. Irónico, ¿no?